Por Eva Fontdevila
Está terminando el verano y con él las vacaciones. Con algo de margen para relajarnos, registramos en fotos y videos nuestro día a día, que compartimos con niños y niñas de nuestro entorno.
Ahora están comenzando las clases. Otra ocasión que conmociona, para bien y para mal a las familias. Queremos que empiecen, nos viene bien organizar la vida cotidiana, que pasen esas horas en la institución y nosotros y nosotras podamos hacer nuestra tarea.
La cosa es que con el comienzo de clases también sacamos muchas fotos: caída de dientes, uniforme nuevo, corte de pelo para ir presentables (mandatos vigentes), fotito con la abuela, fotito con el compañero al que no veían hace rato, fotito con la carpeta de dibujo, fotito con la mochila de Spiderman, y así…
No hace falta hacer una introducción explicando que vivimos tiempos de redes sociales. Ya lo sabemos. También que renegamos del uso del celular y de las aplicaciones que usan nuestros críos pero nosotros/as pasamos casi tanto tiempo como ellos/as mirando la pantalla, aunque digamos que es por trabajo, pago de cuentas, turnos médicos y hasta por responsabilidad. Ahí la palabrita clave. Cuando subimos fotos de nuestros hijos e hijas, sobrinos/as o alumnos/as estamos exhibiendo su imagen. Eso es obvio. Pero ¿qué tiene de malo?
Es complicado andar clasificando las cosas entre lo que está bien o mal. Aquí preferimos pensar. Plantearnos inquietudes. La primera es ¿Por qué como adultos/as necesitamos exhibirlo/as?
No hay respuesta fácil. Orgullo, emoción por el momento, familia lejos, hitos de la vida…tantos motivos…
La cuestión es que todas las recomendaciones sobre comunicación y derechos de niños, niñas y adolescentes sostienen que exponer a los chicos y chicas tiene varios problemas. Primero, el evidente, ellos/as en general no prestan consentimiento; si son bebés desde ya; si son más grandes a veces ni se enteran que lo hacemos. Y cuando sí prestan consentimiento, no siempre conversamos o somos conscientes de lo que implica exponerlos.
Pensemos que la “audiencia” de nuestras redes, lógicamente, son principalmente personas adultas, como nosotros/as, a las que les mostramos (exhibimos, ofrecemos) la imagen de nuestros hijos e hijas. Muchas veces haciendo cosas graciosas, simpáticas o tiernas, algunas haciendo gestos o movimientos sexualizados o propios de los adultos. En ocasiones, cosas que ellos hacen naturalmente como juego nosotros las sexualizamos y las ponemos en esa clave mediante la música, el tono del video o lo que escribimos con la publicación. Por ejemplo “miren qué tierno Josecito se quiere casar con Violeta”. En fin. Josecito solamente jugaba y a un adulto se le ocurrió interpretar “casamiento”.
Por supuesto que muchas veces nuestros hijos e hijas quieren tener sus propios espacios en Internet o incluso nos cuentan que ya los tienen: canales de YouTube, cuentas de Tik Tok, Instagram y todas las otras plataformas que como adultos muchas veces ni siquiera conocemos. Nos pone los pelos de punta, nos da miedo, ¿un canal propio? ¿me dejará verlo? En sus propias redes se supone que su “audiencia” son pares, es decir tienen seguidores/as de su edad. También sabemos que no es tan así. Hay muchos adultos/as camuflados en usuarios que se hacen pasar por niños/as en muchos casos para acosar o incluso terminar concretando abusos.
Pero también sabemos que prohibir el uso de redes, celulares, aplicaciones, no resuelve nada.
Ya estamos en este mundo digital y si solamente prohibimos los chicos/as se las ingenian para transgredir.

La opción es acompañar. Los controles parentales, filtros, y mecanismos de monitoreo exigen bastante presencia y compromiso por parte de los adultos; es medio agotador y sobre todo siempre corremos desde atrás. Cuando logramos entender Instagram los pibes estaban en Tik Tok y cuando nos metimos en Tik Tok nos empezaron a hablar en lenguaje Twich, etc.
Eso podría ser otra nota, cómo cuidar a nuestros hijos e hijas en el uso de Internet. De entrada, deberíamos hacer lo que hacemos en lo que hasta ahora nosotros llamábamos la vida “real”, esa que se toca. Mil veces le decimos a nuestros hijos que esa realidad que ellos juegan no es la realidad; la realidad es esta, la que está en la casa, cuando visitamos a la abuela o vamos a comer juntos. Sin embargo esa es “su” realidad y ahí nos hacemos todo un rollo infernal porque nos agota tanto que hasta preferimos negarlo, prohibirles algunas cosas para quedarnos tranquilos de que estamos haciendo algo.
En fin. Es todo un gran mundo.
Pero en cualquier caso, volviendo al comienzo, lo raro es que los adultos, que estamos recontra preocupados por la seguridad de nuestros hijos e hijas, posteamos en Internet su imagen, sin su consentimiento, y despreciando o negando los riesgos. Por eso siempre nos recomiendan tener claras las implicancias de lo que hacemos, y también conversarlas con los chicos y chicas. Es imprescindible saber que:
1. Lo que subimos a Internet no se baja (aunque borremos queda en algún lado)
Nos la pasamos firmando consentimientos que no leemos, y así entregamos nuestra intimidad a las corporaciones de las plataformas.
2. Lo que subimos brinda demasiada información a gente que aunque Facebook la llame “amigos” puede ser cualquiera, un pariente, una compañera de primaria, un/a jefe/a, una tienda de ropa, una radio, un carpintero que contratamos, un asesor de marketing o un fanático de las plantas que nos da consejos sobre cómo cuidar las suculentas. Toda esa gente sabe mucho sobre nuestros hijos e hijas.
Vemos con cierto pavor a padres subiendo fotos de sus hijos/as con el logo de la escuela o colegio en la ropa. O sea, exhibimos y difundimos a qué escuela, a qué horario y con quiénes entran y salen nuestros hijos/as. Es raro, porque vivimos diciéndoles a los chicos que no hablen con extraños.
3. La exposición actual tiene consecuencias futuras. En Internet exponemos a nuestros hijos/as en gestos, apariencias, vestimentas, cortes de pelo, vínculos, hábitos y acciones que no sabemos si ellos y ellas querrán queden registrados y disponibles. Eso que a nosotros/as nos parece simpático cuando nuestra hija tiene 4 años tal vez a sus 12 le dé vergüenza o simplemente no quiera que se vea. Para colmo las redes sociales y las corporaciones se la pasan enviándonos “recuerdos” que arbitrariamente decretan elaborar con la información que nosotros mismos les dimos.
En definitiva, antes de postear la imagen de un niño o niña, pensalo, convérsalo con él o ella y dimensioná el efecto hacia el futuro.