Por Emanuel Gall
Escribo estas líneas después de que el genio de la 10 en la espalda hizo una jugada nueva que no le conocíamos y con la que se mostró en un registro también inédito. En el del horizonte maradoniano de la existencia. ¿Qué mirá bobo?. AndaPayá, bobo, le dijo Lio a Van Gaal o a algún otro holandés y a nosotros además de provocarnos una sonrisa nos hizo sentir que de nuevo podíamos ser campeones porque el último provocador de prepotentes había sido D10S. Y bueeee, otra coincidencia.
Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar y Qué mirá bobo, andá payá son mantras que transportan nuestra ilusión a algún sitio de redención. Y no tengo dudas de que repetiré el ritual hasta el domingo que viene. Mínimo. Más el tiempo posterior en el que perdure la manija.

Pero además del sueño de la copa en la mano del 10 se me vino a la cabeza una vieja charla que mantuve con mi hijo. Discutíamos con el por entonces pre adolescente sobre si el Diego o si Messi. Acalorados, ¿eh? No así nomás. Se imaginan la escena. La típica discusión estéril entre un referente de una generación que de a poco va desapareciendo de la escena de relevancia y un representante de la nueva que se empeña en que ese ingreso al protagonismo sea con estilo propio, quiebres, provocaciones despreciativas a los viejos y respuestas personales de resistencia a mandatos caprichosos de los que ya peinamos canas. Que si el Diego era líder en serio mientras Lio es un líder callado, que si la vida personal de Lio es más coherente con su lugar en la cancha, que si deportista y drogas son cosas incompatibles, que quién vivió más como verdadero deportista, que el ejemplo a los niños y niñas, que la misoginia, el machismo del Diego y la familia como Dios manda de Lio, que Qué jugador que nos perdimos, como estalló el Diego hablando de sí mismo en aquel notable documental de Kusturika, Qué jugador hubiera sido yo si no hubiera tomado cocaína (dijo D10S casi llorando aquella vez como lamentando él mismo su propia cruz), que el jugador de la era analógica contra el jugador atleta total de la big data y la información de rendimientos personales al instante, que las estadísticas que le dan la razón a uno más que al otro (y en este punto me mataba de rabia ese echar mano que hacía mi hijo a datos casi científicos que niegan la intuición, “Papá decí lo que quieras, justifícalo con lo que te parezca, pero hoy todo se puede medir y las estadísticas de rendimiento lo ponen a Lio Messi muy por arriba de Maradona”, me dolía la infabilidad de sus afirmaciones basadas en la confianza ciega en los datos que arrojan las frías máquinas que de sentimiento no entienden nada, ¿o si entienden?. Bueee, y seguíamos, que cómo está uno a los 35 y cómo estaba el otro a la misma edad, que quién hacía más gala de dominio total de la bola, que si más o menos estilo, qué la mística, la lista interminable de canciones en su honor, y claro la política que todo lo divide o lo une, que el jugador con sentimiento malvinero en el corazón, con el sentido asumido de justicia social, que la venganza de la Italia pobre, contra jugador del club privilegiado, despolitizado y huidizo de las polémicas y frases rimbombantes, que el himno bien sentido y bien cantado, que el sentido asumido de justiciero de las mayorías oprimidas con voz continental, y los contrastes odiosos que moldean pasiones, que quién jugó infiltrado y roto por amor y porque la selección lo es todo, que quién renunció a la selección, que los balones de oro que no entran en la mesa, que el que tiene más hat-tricks en su carrera o el valor del gol a los ingleses. Y posta, mil contrapuntos más.
Parece un montón, pero ojo, no era una discusión tensa, apasionada tal vez, pero para nada desagradable. Nuestros intercambios son acalorados pero cargados de amor.
Antes de seguir, es más que obvio que hay datos objetivos que construyen un mundo de diferencia entre los dos fenómenos. No es lo mismo hacerle un gol a los ingleses a 4 años de Malvinas que hacérselo a Croacia con quien nos une un vínculo de simpatía reciproca. No es lo mismo haber salido de una villa que no. Y así siguiendo. Pero nada eso es motivo de este texto. No va por ahí el análisis.

¿Y discutíamos en serio sobre el Diego y sobre Lio? Creo que no. Yo un viejo enfermo maradoniano que también ama a Lio y destaca contrastes, y él un adolescente que vio a Messi desde la cuna y al Diego lo conoció tardíamente por las redes y los relatos mitologizados de los adultos no intercambiábamos argumentos por las figuras en sí, sino que defendíamos miradas del mundo. Formas diferentes de abrazar fenómenos, por reconocerse en ellos, por erigir a alguien en figura y hasta por vivir de una manera distintas las idolatrías.
Yo sin saberlo (o sin pretenderlo) imponía un adultocentrismo defensivo y él simplemente me facilitaba claves de comprensión de las nuevas generaciones y reclamaba protagonismo y respeto. Hay un momento en que el legado se quiebra, se rompe y se reinterpreta, y eso es sanísimo, es un indicador de que el proceso (educativo o de traspaso generacional) viene dando señales de buena vida. Porque la idea como padres y educadores no es transmitir un listado de contenidos lineales y verdades cerradas, sino la voluntad sincera de ayudar a crear una mirada propia, una voz propia, un enfoque personal y sobre todo el deseo de ponerla en juego para que incida en la realidad y la modifique. Eso es a lo que yo aspiro cuando pienso en qué enseñarle a un hijo. Que sea una persona responsable con sus pensamientos, sentires y pasiones creando argumentos de peso para defender sus posturas.
Mucho más importante que hacer que un hijo piense como uno, es ayudar a que un hijo quiera expresar sus ideas con la misma pasión con que nosotros los adultos expresamos las nuestras.
Las nuevas generaciones, los pibes como mi hijo de 14, 15,16, 20, ¿hacemos el corte en 24 años?, hace tiempo se alejaron de los dogmas homogeneizantes que les llegan de modo vertical y unidireccional. Inclusive en el manejo de sus pasiones. De una tan grande como el fútbol. No aceptan verdades definidas ni roles fijos en la circulación informativa y de saberes.
Tienen acceso, por suerte, a mucho más información que nosotros a su edad, tienen mucho más chances de elegir sus fuentes. No todos los niños y niñas, claro, no voy a pecar de ingenuo viviendo en un mundo plagado de desigualdades y con el 50 % de nuestras infancias por debajo de la línea de pobreza. Pero la tendencia del mundo es ofrecer más posibilidades tecnológicas de acceso a la información mientras se terminan de matar las voces sacralizadas. Ni los padres, madres, ni las maestras ni lo grandes medios ya tienen esa capacidad de omnisciencia, omnipoder y manipulación definitiva. Hoy un pibe escucha a su padre, a su maestra, al cura, al profe del club, a su abuelo, o al periodista mainstream de medio hegemónico y lo que escucha lo va a situar en un contexto informativo y un ecosistema comunicacional mucho más amplio que el que se generaba hace 20 años atrás. El contexto le permite contrastar con más elementos, con más versiones encontradas, con más puntos de vista, con más herramientas para vencer eso que alguna vez fue una verdad incuestionable.
Lo que hoy se dice, no importa quién lo diga se presenta como una verdad más, pero no la única, una versión más del mundo, en un mundo dinámico y fluyente. Y va para los valores, las aspiraciones, los modos de vida, los consumos y también para las pasiones.
Esta era sigue siendo la era de los medios hegemónicos concentrados, sin dudas, y de los medios hegemónicos que además hacen uso de las nuevas plataformas y posibilidades, pero también es la era de la comunicación entre pares, comunicación entre iguales, de tiktokers, influencers, comunicadores vocacionales que ganan audiencias a fuerza de construir confianza y gusto en el otro. Y a partir del uso de plataformas que están mucho más a mano.
Messi y la Scaloneta son tal vez algunos de los tantos productos generacionales netamente de ellos. De los pibes y pibas, de los changos, de las nuevas generaciones. Como las bandas que escuchan, como el Reggaetón, el trap, los autores de microrrelatos, los cronistas de viajes, los emprendedores e innovadores, los influencers que eligen, las redes que usan o los y las artistas que los representan. No son herencias, no son relatos de terceros introyectados, no son el cannon, no son el dogma, son vivencias personales de su propia generación. Son ellos, sus contextos y sus propias experiencias. Son ellos y sus pares contándolo, relatándolo, viéndolos en vivo. En un mundo que es un mar de emociones permanentes, de las buenas y de las malas. Y sobre todo en un mundo que de a poco va perdiendo los modelos únicos de trayectorias posibles, de deber ser, de mandatos fijos, de modos previsibles que cantan las claves del buen vivir.

Por eso nunca fue Maradona o Messi, esa boludez dicotómica de los que todavía votamos partidos y creemos en 20 verdades. Siempre fue el Maradona y el Messi juntos construidos con nuestros propios elementos de interpretación y nuestras maneras de amar y endiosar.
En ese marco Messi y la Scaloneta inspiran un amor que se fogonea no solo desde los Victor Hugo del momento (esos que hablan de ellos mismos hablando de otros), o las voces autorizadas para traducir los argumentos de legitimidad. Messi es menos Dios pagano que modelo inspirador. Se aprende mucho más de Messi y de cómo es realmente a partir de un stream con el Kun y el Papu Gomez en donde los tres hablan sin intermediarios y comparten anécdotas sinceras y humanizantes, que con documentales cargados de retórica pensados para construir el mito. Tal vez esa sea la razón por la que en última instancia se produce una brecha generacional en la pertenencia y el reconocimiento. Los pibes reclaman modelos ya no de Dioses sino de iguales, pero que inspiren. De iguales, no en un sentido de pretender emparentar acríticamente las capacidades (más allá de lo NO común de un Messi, de un Diego o de un Julián. Es obvio que son extraordinarios y fenómenos únicos), sino y sobre todo de que el relato sea construido por pares, por personas que podríamos ser nosotros. Porque en ese momento en que nos reconocemos en el relato de otro es que podemos pensar que algo nos convoca también a nosotros. Y ahí surge el chip de lo colectivo, cuando nos dejan de hablar de gestas pasadas, romantizadas e inalcanzables para hablar de proyectos que se hacen de a a muchos que se tratan entre ellos como nosotros tratamos a nuestros amigos.

Messi es el símbolo máximo de ese sentido de pertenencia generacional. De esa reafirmación de los de ahora. Es ante todo amado porque es de ellos, no es el Dios del mandato, ni siquiera del mandato popular, sino que es el ídolo construido con códigos que manejan en su dia a dia. Puede permitirse episodios maradonianos, y hasta puede maradonizarse si el sueño se cumple y agarra la copa puteando a la FIFA, pero lo que nadie les va a quitar a los pibes es que se trata de un mito viviente construido con los cuerpos actuantes de los comunes presentes.
La diferencia entre los sentimientos que provocan Messi y Maradona no es tanto entre ellos, sino entre quienes comunican lo que fueron y lo que son. Ojalá que el domingo lleguemos a la tercera porque todos los argentinos nos merecemos una alegría y de las grandes. Porque no dudamos que el Diego así lo quiere. Y porque los pibes se merecen que les quitemos el karma de una vez y para siempre de tener que escuchar a adultos que legitiman su voz refregándoles en la cara que es la generación que sabe cuánto pesa la copa.
Lo leí con el diario del lunes.
Comparto sentimientos… para un lado y para el otro. Idolatré / idolatro a Maradona jugador / amigo, y a Messi igual ( aunq en otros torneos me acordé de su mamá – está vez LO AMAMOS TODOS!! ). Las comparaciones hoy, tengo la sención, se terminaron!! Ya está!! LA ALEGRÍA SUPERÓ CUALQUIER cualquier diferencia.
Muchas gracias por comentar!!
Muchas gracias por el comentario María Gabriela!