Por suerte los niños felices juegan y pierden el tiempo

Por Emanuel Gall

Jugar es una actividad universal, se ha jugado, se juega y se jugará a todas las edades y en cualquier cultura del mundo. Cuando jugamos (inclusive de adultos) nos permitimos ser espontáneos, podemos aprender haciendo, experimentamos en el margen de error, estimulamos nuestras emociones, nos asociamos y vinculamos, compartimos reglas con otros y mucho más. Jugar es combinar pensamiento, lenguaje y fantasía.

Claramente cuando hablamos de jugar estamos hablando de un derecho, porque el juego impacta en el desarrollo saludable de niñas y niños, en el aprendizaje y en la construcción de prácticas de ciudadanía. Y hay que garantizar que suceda.

Desde la perspectiva y los intereses de las infancias el derecho al juego está presente tanto en la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño (Art. 31) como en la Ley de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes (Ley 26.061, Art. 20) referencias ineludibles a la hora de interpelar a los Estados en relación a las garantías con que deberían contar las infancias. 

Hay una efeméride que se reserva para que no nos olvidemos de lo importante que es jugar. Todos los 28 de mayo se celebra el Día Internacional del Juego dado que este día se constituyó formalmente la ITLA, (Asociación Internacional de Ludotecas) en 1999.

Esta semana estuvo en nuestro país el reconocido pedagogo italiano Francesco Tonucci, que participó del conversatorio sobre “Derechos y ciudadanía de niñas y niños: escuchar para transformar”, organizado por la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF) en Tecnópolis. Se trató de una actividad sobre el derecho al juego y la construcción de ciudadanía de niñas, niños y adolescentes.

En esa jornada el autor de “La Ciudad de las Niñas y los Niños” resaltó la necesidad de “desarrollar competencias nuevas, que hoy normalmente no están presentes” en las propuestas educativas formales. Tonucci reclama que “la educación familiar y escolar deberían ayudar a cada niño y niña a descubrir lo que tienen adentro, su personalidad, sus aptitudes y vocaciones”. Educar para ser libres, no imponer modelos acabados, formas de ser universales. A su vez Tonucci destacó la importancia del tiempo de juego (la importancia de perder el tiempo, o de no ganarlo para algo que esperan otros, no niños), dado que en sus propias palabras es una de “las experiencias más importantes de la vida”, espacios de tiempo netamente infantiles que como adultos tenemos que fomentar y garantizar.

A su vez advirtió contra algunos peligros de las tics y las pantallas digitales sobre todo porque los dispositivos dan posibilidad de pasar mucho tiempo dentro de casa simplemente digitando sobre estos, “y cuando los niños llegan a la adolescencia es posible que consideren más fácil conectar con los demás y vivir toda la experiencia social virtualmente para así evitar los problemas conectados con la experiencia personal social real”, sentenció el italiano. Jugar con otros desde niños es una manera de practicar también la construcción en colectivo de la sociedad que queremos y soñamos.

Una digresión, en este conversatorio le consultaron a Francesco Tonucci sobre la escuela y la propensión a dar tareas para el hogar, y él dijo que “deberían eliminarse las tareas para la casa. Una solución sería cambiar tareas por oferta de juegos, que es lo que está faltando en la vida de los niños. El artículo 31 de la Convención dice una cosa muy clara: los niños tienen derecho al tiempo libre y al juego. No se puede jugar sin tener tiempo libre de las tareas, de las actividades de la tarde como cursos de deportes. No digo que hacer estas actividades sea inútil, pero lo esencial garantizado por la Convención es el juego. Y jugar significa salir”. Claro y preciso.

En “La Ciudad de las Niñas y los Niños” Tonucci planteaba las bases del programa que ahora desarrolla junto a la Senaf, “Salir a Jugar”. Esta iniciativa, implementada por primera vez por Tonucci en 1991 en Fano, Italia, promovía una forma diferente de concebir el espacio urbano en el que las infancias funcionen como centro para el desarrollo de su infraestructura y servicios, de manera de promover la participación, escucha y el ejercicio pleno de los derechos de las niñas y niños. Pero a partir de ellos mismos y sus capacidades de decisión. El italiano explicó que “salir a jugar es salir sin adultos porque vigilados no se juega. El juego siempre tiene que tener una parte de riesgo que significa una parte de confianza”.

En esta misma línea el periodista Fernando D’Addario en Página/12 escribió hace unos días una profunda y provocadora reflexión sobre el último libro del filósofo coreano radicado en Alemania, Byung-Chul Han, Vida contemplativa (Ed. Taurus). En este ensayo propuso un camino alternativo a la hiperactividad para que el ser humano intente acercarse a la felicidad en la medida de sus posibilidades. ¿Qué nos garantiza la felicidad?, ¿cómo sabemos que lo que hacemos nos lleva por la senda del buen vivir y la plenitud?.

D’addario toma el método que elige el coreano en Vida contemplativa y propone los beneficios del ocio y del “no hacer” en tiempos de conectividad permanente y de capitalismo hiperproductivista. Desconectar para imaginar un mundo menos sometido a la ansiedad por el rendimiento. Han sostiene una defensa de la pausa, de la espera, de la renuncia e inclusive de la fiesta y el juego como “inactividades” que dan esplendor a la existencia humana. D´addario dice que Han es taxativo cuando afirma: “el origen de la cultura no es la guerra, sino la fiesta” porque en la fiesta hay encuentro e igualación. Y sobre todo, en la Fiesta solo hay que producir alegría y suspensión de los mandatos utilitaristas.

La fórmula (¿para la felicidad? Tal vez) que propone es una interacción de la vida activa y la vida contemplativa. Y en esa conjunción se vuelve necesario rescatar el tiempo libre, ese recorte temporal “que no pertenece al orden del trabajo y la producción”, un paréntesis de libertad, de búsqueda, de concreción de encuentros, de mundos tallados con la arcilla de los deseos. La parte lúdica de la vida cuando se mezclan las barajas y el juego impone un lenguaje y un ritmo propios.

Con Tonucci y Byung-Chul Han abrimos el panorama a partir del cual pensamos a las infancias y sus proyectos de felicidad como metas a cuidar y alimentar. Y abrazamos la clave de esas indagaciones, cuando nos corremos del mandato adultocéntrico y nos entregamos a eso que es deliberadamente infantil, el tiempo del juego.

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2 comentarios en “<strong>Por suerte los niños felices juegan y pierden el tiempo</strong>”

  1. Considero importante la presencia del juego y tiempo libre con los pares.No por más tiempo de tareas escolares se aprende mas. La libertad del juego permite conocerse,conocer a los demás,fortalece vinculos y autoestima.Estimula la creatividad y empatia.Aspectos importantes en el desarrollo de niños y adolescentes.

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